domingo, agosto 31, 2003

Mañana pensaré en todo esto
Almudena Grandes
Libros leídos en agosto:
[La cantidad de puntos es mi opinión inmediata al final de la lectura del libro:
• Pesimo •• Soportable ••• Bien a secas •••• Muy bueno, imprescindible ••••• Me cambio la vida]

van pues:
750 Roberto Bolaño / Llamadas telefónicas •••••
751 Luis Vicente de Aguinaga / Cient tus ojos ••••
752 Xavier Velasco / Diablo Guardian ••••
753 Hilda Figueroa / Diverti-miento •••
754 No arroje piedras a este letrero (antología) / Mattew Sweeney ••••
755 Paul Auster / El libro de las ilusiones •••••
756 César Vallejo / Trilce •••
757 Rogelio Guedea (Antologador) / Árbol de variada luz ••••
758 Juan Larrosa / Tres historias antes de un apocalipsis nocturno ••••
759 Gerardo Villanueva / fractura: rastro •••
780 Eduardo Padilla / Wang, vector •••
781 Almudena Grandes / Los aires difíciles •••••
782 René Char / Elogio de una sospechosa •••
783 Almudena Grandes / Las edades de Lulu •••

jueves, agosto 28, 2003

Jacinto










Jacinto se arrastra gateando por el piso, sus manos palpan la madera de la puerta carcomida por la humedad y las termitas. Un empujón bastaría para abrirla, para sacarla de los goznes y arrancarla del marco que a duras penas la sostiene. Pero él no lo sabe. O no lo piensa. O no tiene ya ni siquiera ese mínimo de fuerza para hacerlo. Escucha una melodía que dispara reflejos guardados en el fondo de su ser. La música sube los escalones suave y lentamente. Sabe que viene del piso de abajo y comienza a moverse nervioso, cada vez más y más nervioso, su rostro mojado por el sudor y la saliva pronto se teñirá de sangre.
No siempre fue así. Cuando hizo de este tercer piso su casa trabajaba sacando copias. No recibía un enorme sueldo pero sí el necesario para subsisitir. Regularmente llegaba después de las cuatro, traía comida y casi siempre una revista bajo el brazo. Leía tabloides de nota roja, chismes policíacos ilustrados por escandalosas fotografías donde no escaseaba la violencia ni las imágenes grotescas. En eso pasaba sus horas de ocio. Después llegó la televisión. Un viejo aparato adquirido en algúna venta de cochera. Era pequeña, blanco y negro, y cada vez que iba a cambiar de canal tenía que acomodar la antena, que el anterior propietario había improvisado con un gancho de alambre. Los programas sobre el crimen sustituyeron la lectura, se quedaba hasta que el sueño lo vencía, sentado frente al televisor. Aquellos fueron los buenos tiempos. Incluso tuvo la oportunidad de conocer a una esbelta joven de la que nunca supo su nombre, pero que con constancia casi mecánica pasaba todos los días a fotocopiar apuntes de cuaderno, páginas amarillentas de libros ya inencontrables y después volantes a los que nunca les puso mucha atención por estar perdido en contemplarla.
Antes de morir recordaría aquella vez después del trabajo, en que la lluvía lo había obligado a guarecerse bajo la marquesina de un viejo edificio. El techo no servía de mucho, el aire arrastraba el agua hacia él, que igual terminó empapado. Se disponía a seguir su camino cuando una suave melodía, la misma que ahora le quitaba la cordura, llamó su atención y giró su cuerpo. Se encontró frente a un enorme ventanal en el que unas letras anunciaban: «Escuela de ballet». Su gozo fue inmediato cuando distinguió entre las jovenes pupilas a la chica de las copias. Olvidó la lluvia. Una y otra vez la vio girar y danzar al compás de la música, fue atrapado por un hechizo que sólo el frío de su cuerpo mojado rompería un par de horas después.
En los siguientes días intentó abordarla, pero se contuvo, de qué le hablaría, su única plática era de crímenes y sangre. Su estrategía se basó en lanzarle miradas de enamorado que sin embargo nunca fueron recibidas por ella o si lo fueron jamás hubo respuesta. Dejó de ir como había llegado, de un día para otro. Nunca más la vio. Ló unico que conservaría, y con algo de suerte, fue una mala fotocopia de un volante en el que se anunciaba una presentación de las alumnas de la escuela de danza. Ella estaba en primer plano en la foto que servía de fondo al anuncio. La pegó enfrente de su cama para mirarla al despertar, para que fuera lo último que contemplara antes de caer rendido por el sueño.
Después vinieron los malos tiempos. Se quedó sin trabajo. Buscó en agencias de empleo, privadas y gubernamentales, en periódicos, tocó puertas, en todos lados le negaron lo que tanto buscaba. Tuvo que ir vendiendo los pocos muebles que tenía para poder solventar los gastos básicos, hasta que no le quedó nada excepto la televisión. Todavía tuvo un último golpe de suerte: la muerte de la dueña del edificio. Como no había dejado testamento, los hijos peleaban para ver cual de todos se quedaba con la propiedad. Gracias a ésto, cuando dejo de pagar la renta, como todos los demás inquilinos, no lo desalojaron.
En cuestión de semanas fue presa de una gran depresión. Su comida consistía en lo que pudíera obtener de los desechos de sus vecinos, ya no le quedaba nada que vender, incluso la televisión había pasado a otras manos. Su piso fue invadido por una capa fina de polvo, que después se transformó en cochambre, comenzaron a pulular arañas, moscas, cucarachas, infinidad de bichos y al final ratones. Pasaba los días sentado o recostado en el suelo contemplando la copia donde veía a su amada. Pronto se quedó sin gas y teléfono nunca tuvo. El día que le cortarón la electricidad, Jacinto casi era un animal.
Se pasó los últimos días acariciando los ojos, el pelo, las orejas, la nariz, los labios, sobre todo los labios borrosos de la foto de la bailarina. Deseaba contemplarla y recorrerla, abrazarla. Rozaba delicadamente la cintura, sus dedos electrizados y tensos tocaban el pecho inerte, la cara de ella no decía nada, nunca al menos las palabras que no se cansó de esperar. Se deleitó en la contemplación casi religiosa de esa imagen hasta el día del infortunio: una noche, la cinta adhesiva que sostenía la copia no pudo más y el viento le robó a la bailarina quien escapó por la ventana.
Desesperado golpea la pared con la cabeza tantas veces como su conciencia se lo permite, los cabezazos resuenan escaleras abajo, pero no hay nadie que le pueda prestar ayuda, a esas horas los apartamentos estan deshabitados a excepción del de la vieja casi sorda del piso de abajo que mira en la televisión, a todo volumen, una hermosa pieza de ballet.
Lo descubrieron horas después en medio de un charco de sangre. La última vez que lo vi fue en la portada de una Alarma. El cadáver de Jacinto con una enorme rajada en la cabeza aparecía bajo las letras de 72 puntos que en rojo anunciaban: Misterioso crimen.

martes, agosto 26, 2003

Cruce de caminos










El refugio cotidiano contra lo extraordinario es un presente que buscamos sea lo más monótono posible, imágenes que se repitan cuadra tras cuadra y que nos brinden la seguridad de que todo transcurre como debe ser. Con una lógica perfecta. Tu mirada barre lentamente la avenida revisando cada centímetro de polvo, registrando las imágenes sucesivas a tu paso, las que vas dejando atrás, las que llegan en un cambio permanente. Aún con esto, lo que en realidad se esconde en tu cerebro es la imagen de un pizarrón manchado de gis que avisa: Examen de historia mañana 7:00 A.M.
Sabes que es tu última oportunidad. Tienes apenas el número mínimo de asistencias para no perder derecho a examen. El primer parcial lo has reprobado con apenas dos respuestas correctas de diez. No te queda entonces de otra, a menos que quieras enfrentar la furia de tus padres, el sarcasmo del profesor, la conmiseración de tus amigos, que ahora sí, tomar el libro y ponerte a estudiar hasta que el cuerpo aguante. Y más te vale memorizar bien todo porque la calificación debe ser perfecta o no habrá futuro. Tratas de infundirte ánimos: finalmente la revolución francesa no debe ser un tema tan difícil.
No podrás negar que lo intentaste, realmente lo intentaste, tu cuaderno está lleno de notas, a tu lado una botella de dos litros de coca-cola vacía, una taza que alguna vez tuvo café también vacía, la ventana abierta y el viento frío de la mañana que debido a tu cansancio no logra despertarte.
Y aunque raras veces sucede, en algún punto la sucesión monótona del tiempo se resquebraja, si hubiera un guardián podríamos aplicar el símil de que se descuida unos segundos y la presa escapa, y se abre un pasaje en el que presente, pasado y quizá futuro se desvanecen en sólo un instante.
Así fué: una caída en medio de tu sueño que te despertó con un fuerte golpe contra el piso. Un par de fuertes manos que te sujetaron y el peso de unas cadenas de metal oscuro.
Dos días después tu fotografía borrosa adornó un pequeño espacio de algún periódico. Servicio Social, el pasado día desapareció el joven...
Claro que tú no supiste de ello, incluso ahora ni te apura. ¿Qué se sentirá morir guillotinado?

lunes, agosto 25, 2003

Tiempos compartidos










Me dedicaba a la venta de tiempos compartidos. Esa profesión de hacer castillos en el aire para después venderlos. Pasé días del alba al ocaso recargando mis años en una mesa adornada con solicitudes y contratos de venta. Me divertía tijereteando gente. Contando los coches al pasar. Mirando chicas y retando a tipos que se me quedaban viendo, sin jamás pasar de eso. Sin embargo, mi pasatiempo favorito era traer a la memoria la imagen de Dolores. Dolores es mi novia. Por ella estoy dispuesto a vender un buen número de condominios, sentar cabeza y entonces sí, ponerle su casita.

Conoció a Dolores en un balneario cercano a la ciudad, la descubriría en diminuto traje de baño sobre la improvisada pasarela en que se convierten las piscinas. Con sus ojos desnudos y profundos y la boca adornada en sonrisa. Habló con ella en una de las lunadas, lejos de la fogata y a obscuras mientras le hacía ver las estrellas. Le dijo palabras mágicas al oído, juntos escaparon rumbo al bosque, cayó la blusa, los pantalones, hervía la piel, escucháronse leves gemidos, ofrendaron su cuerpo a la diosa luna y se hicieron novios.

De regreso a casa. Qué suerte. La observas desde la ventanilla del camión. Pero. Y abriendo los ojos desmesuradamente crispas los labios — ¡No puede ser! —. Te pones de pie y pides la bajada. En el corazón se desata el huracán que termina contenido en los puños dispuesto a azotar la costa de otro rostro. Debe tratarse de una mentira, un espejismo provocado por los celos, tu Dolores, tu chica... con un él, con un otro, fuera de ti, acariciada por otra dermis, lavada por saliva nueva. Desciendes, corres, la verás, gritarás y llorarás siete veces siete, siete veces siete

domingo, agosto 24, 2003

No sé ni qué



Ocultaba su timidez hablando como si estuviera ausente, como si sus verdaderos intereses se encontraran lejos de allí...

Kurtt Vonnegot

No sé por donde comenzar. Hay historias que parecen inasibles. Fuera del alcance de las palabras que uno tiene. Se complican si incumben sentimientos porque el narrador ya no es objetivo. Se mezcla con los personajes. Se siente con derecho a estar entre ellos. Desespera ante el curso de los acontecimientos. No paraba de hablar. Ella, sí, ella. Y no era su voz la del hechizo. Ni siquiera el rostro. Era un encanto perdido en los libros de la memoria. Era su voz y sus movimientos. Su no estar quieta. Su que el mundo gire. Eran también las mariposas en el estómago. Nunca antes las había sentido. La mirada perdida en el recuerdo de unos días en alguna playa. De la noche, la arena y el rumor de las olas. Los ojos de la incertidumbre. Tener fe o no tenerla. Y ser el espectador. No tener vela en el entierro. Hablar y sugerir las palabras que llagan la lengua. Aire sofocante. El calor provoca extraños cambios de conducta. El paso de las horas. Estoy aburrida de ver atardeceres. Al menos de los atardeceres de mi ciudad. La ciudad derrumbada. Quedarse con la luz. Intensa. Efímera en la mano. Diversa en el recuerdo. Quise entonces aprehenderla en el papel. Insisto. Hay cuentos imposibles de escribirse. Hay amores que fructifican en tierra seca. Otros nunca habrán de ser. ¿O sí? Yo no me fijo imposibles. Lo importante es el ahora. Diferir. Escribir el discurso robando palabras a otros, a los recuerdos, a los libros. Con ella nunca se sabe. Eso es lo interesante y lo peligroso. Ya vámonos, ya me dio frío. Noche cálida. Y ella tiene frío. Ser nadie. Testigo invisible de su andar hacia el auto. Falso ángel guardián. Abrir la puerta. Y su espalda. Enfrente. Estirar la mano. Y su mirada lejos, lejos de aquí. Ahora o nunca. Un rozón. El tiempo detenido. Y la historia que huye. Ella que vuelve. Despierta. Un hombre que comprende tarde. No hablo para ti. No soy para ti. Así es esto. Tan sencillo. Él podría haber intentado besarla. Recibir una bofetada. Decirle estamos destinados el uno para el otro. Las mariposas, las mariposas escapan volando. Él no es el otro. Y el narrador que quisiera cambiar la historia. La mujer que se mete al auto y cierra la puerta. La luna a medio viaje. Sentir entonces sí el frío. Sonreír. Llorar. No sé ni qué.